martes, 30 de agosto de 2016

Jan es nuestro Bill Watterson

Reconozco que el titular es irritante, sobre todo por el posesivo "nuestro", que suena a ese complejo chovinista de necesitar un homólogo local para cada logro extranjero. Pero no van por ahí los tiros. Es mi forma de justificar por qué, en el país de los autores de relleno, Jan es el rey.


Empiezo por el caso más célebre: Todos conoceréis a Bill Watterson (Washington, 1958). Es el creador de Calvin & Hobbes y probablemente uno de los... voy a decir 10 artistas de cómic más grandes del mundo, éver. No he hablado con ningún dibujante que le tenga por debajo de genio.


Watterson creó la tira del niño y el tigre en 1985, y trabajaba con Universal Press Syndicate. El syndicate en EE.UU. es una especie de agencia de prensa que distribuye contenidos como columnas de opinión, cómics o pasatiempos a periódicos de todo el país. Una de las pegas de los syndicates es que tienden a uniformizar el formato de sus contenidos, para facilitar a los diarios la maquetación. Por ejemplo, especifican un tamaño único para las tiras diarias, al que han de ceñirse tanto Garfield como Peanuts. Para la tira de los domingos, que es más grande, las restricciones son aún mayores, porque algunos diarios le reservan un espacio en vertical, y otros, apaisado; unos con cabecera, otros sin; así que el formato ha de ser una historieta de ocho o nueve viñetas reposicionables en cuatro o tres filas, en que las dos primeras deben contener un título opcional, la siguiente cae en el formato vertical, etc.

Watterson creía que todas estas imposiciones limitaban su expresión artística, y un día de 1990 decidió unilateralmente que su tira dominical sería una página apaisada, dentro de cuyos márgenes haría lo que le diera la gana. Y si a los diarios no les gustaba, que dejaran de publicarle. Según cuenta Watterson en el prólogo de Páginas dominicales (B, 2001), Universal Press le apoyó y, pese a salir perdiendo con muchos diarios, consiguió lo que quería. Y gracias a esa decisión, pudo regalarnos obras maestras como estas:

 



Y ahora, flash forward... bueno, no; en realidad flash back a la España de la Brugueratroika.

En 1975, Juan López "Jan" (Toral de los Vados, 1939) hace debutar en Bruguera a Superlópez, creado dos años antes para la editorial Euridis. El decimotercer álbum Olé del personaje, El génesis de Superlópez (B, 1989), recoge muestras de esa época. Cuesta reconocer el dibujo expansivo de Jan encarcelado en páginas autoconclusivas de cinco filas por página, desarrollando las viejas tramas predecibles de la escuela Bruguera. Según Antonio Martín en el mismo prólogo del Génesis, Jan se negó a hacer esos guiones, que recayeron sobre Conti o Francisco Pérez Navarro "Efepé" (Barcelona, 1953), y otras fuentes que he leído indirectamente hablan de enfrentamiento entre Jan y el entonces director de Bruguera, Rafael González. No hace falta especular; convengamos, sencillamente, en que Jan se siente disconforme. Como si alguien estuviera limitando su expresión artística. ¿Empezáis a ver adónde voy a parar?

Y encima, sexista y pro-zoológicos.
Todo mal.

1979: Rafael González se ha jubilado. No sé hasta qué punto influye eso en la decisión de Jan de volver a llevar a Superlópez a Bruguera, pero así lo hace. Y su nueva propuesta incluye entregas más largas, con color manual, y guiones fantásticos y llenos de slapstick hilarante, cortesía de Pérez Navarro, que ha visto que el personaje tenía más que ofrecer.

Propuesta aceptada: aparecen las primeras historietas autoconclusivas (8 páginas) en Mortadelo Especial. Pero pronto Pérez Navarro se embarca en historias largas episódicas. Y llega El Supergrupo (1980). Y Todos contra uno, uno contra todos (1980). Para muchos (y muy amigos míos), la cima del personaje y del dibujante.



Un juicio un poco injusto, lo de la cima, porque inmediatamente después, Jan toma las riendas de los guiones y hace Los Alienígenas (1981). Y El señor de los chupetes (1981). Y La semana más larga (1981). Y Los Cabecícubos (1984). Y La caja de Pandora (1985). Y en cada una de estas historias, va resquebrajando más los moldes gráficos de Bruguera, pasando la mano por la cara a todos los demás autores de la casa. Sean de relleno o titulares.

Abrir un Mortadelo Especial por la página de Superlópez es para caerse de espaldas ante la explosión de color...


...la minuciosidad de cada tornillo...



...el despiporre argumental.


Bruguera publicó más de 300 álbumes en la colección Olé. Creo que los únicos que yo y mis colegas de El Jueves nos pondríamos de acuerdo en salvar de un incendio o de una mudanza son estos. No sé de qué otra manera describir lo increíblemente divertida e inspiradora que es la obra de Jan.


Pero ESTO NO ACABA AQUÍ. Y abomino de las mayúsculas, pero las voy a usar ahora.

Resulta que Jan es tan bueno que consigue lo que en la historia de Bruguera sólo han conseguido Ibáñez y Escobar: pasar de autor de relleno a tener revista con su propia cabecera.


Desgraciadamente, esto llega en 1985, en los últimos estertores del Imperio Bruguera. Y la revista aguanta tres números. La historia que serializaba, La gran superproducción, se termina directamente en álbum, el último de Bruguera antes de bajar la persiana. Y entonces llega B y todo eso que ya hemos contado.

Pero alguien en Ediciones B sigue creyendo en la cabecera; ve que Jan es un artistazo que tiene que comer aparte. Y en vez de meterle de relleno en su Mortadelo de marca blanca, le dan una nueva revista, en 1987. Y en ella empieza Viaje al centro de la Tierra.


Es en esta aventura exactamente donde muchos críticos denuncian el principio de la debacle, los primeros "síntomas de la enfermedad que acabará con la serie". Y aquí es donde me pongo serio. Porque si secuencias como esta:


...o esta:


...o esta:


...viniendo de la "escuela" del plano sin perspectiva y el fondo bosquejado, a alguien le parecen síntomas de una enfermedad, se puede ir al puto infierno de los nostálgicos en su cinicomóvil.


Sí, Superlópez cambia. De álbum en álbum. Algo ciertamente insólito cuando el referente vitalicio es Ibáñez, cuyos cambios de estilo se miden en periodos de diez superhumores, pero así es Jan. Aunque en nivel de detallismo toca techo en Viaje al centro de la Tierra, sigue desbordándose gráficamente en los siguientes álbumes, con una gestualidad apabullante y líneas cinéticas delirantes, haciendo viñetas más grandes para montarlas en composiciones de página locamente dinámicas que ningún otro autor de su escuela sueña. Para el lector infantil de Mortadelos, ver este Superlópez es como descubrir tres dimensiones adicionales. Pobladas, además, de petisos y otros animalitos. :_)



Y claro, los guiones cambian también, porque a Jan le apetece contar otras cosas, muchas y muy diversas, que sólo un filisteo puede meter en el mismo saco etiquetado como "Superlópez malo". Ahora, un viaje tintinesco en En el país de los juegos (1988). Ahora, una historia tierna starring Martha Hólmez en El asombro del robot (1989). Ahora, un loquísimo "Escoge tu propia aventura" en Los petisos carambanales (1989). Ahora —sí, ¿qué pasa?—, un mensaje antidroga a los jóvenes en Un camello subió a un tranvía en Grenoble y el tranvía le está mordiendo la pierna (1991). Porque a Jan le preocupan los jóvenes. Le preocupa que os endroguéis y vayáis a fiestas de punkis treintañeros y acabéis haciendo revistas que son fanzines con ínfulas en las que habláis de cuando Superlópez molaba. Mal, chicos, mal. Decid "naranjas".

Y por cierto, sólo en el título de ese álbum tan denostado Jan ya nos recuerda que tiene él más personalidad que todo Ediciones B. ¿Alguien imagina a Ibáñez diciendo a su director "mi próximo largo tendrá un título de dieciséis palabras"? No. El próximo largo de Ibáñez se titula La bombilla, ¡chao, chiquilla! Y los profesores de la escuela Bruguera ríen en sus tumbas.


La revista Superlópez se despide tras 55 números, al terminar Los cerditos de Camprodón (1990). Los siguientes largos se serializaron en Yo y Yo, y finalmente en Super Mortadelo: Jan vuelve a ser autor de relleno.

Las revistas se extinguen en 1995, pero Jan sigue produciendo álbumes hasta hoy. Que yo sepa. El radio de acción de este blog y de mi fascinación no va más allá de esa fecha, pero procuro no volver la espalda a todo lo que se salga de una subjetiva "edad de oro": en casi todos los Superlópez hasta 1995 me pierdo a gusto, y hay varios aún posteriores que me gustan mucho.

Y no, no ha vuelto a haber una Caja de Pandora. Sé que muchos dibujantes en la posición de Jan harían La caja de Pandora una y otra vez; muchos críticos la harían; muchos fans la harían. Pero Jan no la vuelve a hacer, porque ya la hizo. Y eso, eso exactamente, es un síntoma de genialidad. No de enfermedad. Superlópez lo dijo mejor que yo en Cachabolik Blues Rock.

Fun fact: Jan dibujó troquelables de Heidi para Bruguera en los 70.


Bill Watterson se cansó del cómic en 1995. Ahora pinta y hace música y ha pedido a sus agentes que no le envíen más fan mail de Calvin & Hobbes. Jan no fue tan drástico; no dejó Superlópez, pero dejó La caja de Pandora para perseguir otros intereses. Y si tu reacción a esto es "pues ojalá hubiera dejado a Superlópez del todo, para no empañar mis recuerdos de su buena época", eres una rémora inmovilista como los que se oponen a nuevas versiones de Cazafantasmas conflictivamente distintas a la que les gustó de niños.

Superlópez no es nuestro patrimonio, nos guste o no. Nosotros sólo lo comprábamos y leíamos en horas; Jan lo escribe y dibuja en meses. Por no mencionar que comparte nombre y apellido con él. Es su personaje. Y se lo llevó consigo en pos de nuevas aventuras.


*

Muchos ex alumnos de Bruguera son críticos con la difunta editorial. Le reprochan el humor formulaico, el desprecio al artista y la escasa innovación. Cabe preguntarse, sin embargo, si con B las cosas mejoraron o no. Yo, viendo mi colección, creo que no mucho. Sí, llegó sangre nueva, a la que he colmado y colmaré de elogios en este blog, pero la línea editorial avanzó poquísimo, en diseño y en contenido. Todos los dibujantes de las revistas de B a finales de los 80 pasan por el mismo cedazo: viñetas ortogonales, color mecánico, cero perspectivas, cero trama. Y del respeto por el artista baste decir que la historieta de Mortadelo la firmó un "Equipo B" durante dos años.

El único que desafiaba ese patrón, el único que se sale de la cuadrícula y de la página, es Jan. No sé muy bien por qué a él se lo permiten, pero las cosas como sean: gracias por permitírselo. Él es el que no pasa por el embudo; es el que desafía las imposiciones, y se lo consienten; es el que hace los cómics que quiere, pagando el precio: pierde público, pero no empeño. Él es quien nos enseña que vayamos a nuestra bola.

Ese es Jan. Nuestro Bill Watterson.

jueves, 25 de agosto de 2016

Marco - Jarry Jarrón

Decíamos ayer (ejem) que Marco era un autor de relleno de los majos. Coetáneo de Cera y Ramis en la época de Ediciones B, publicó menos que estos pero su dibujo era llamativo, para bien. Sus creaciones estrella (no las únicas) son Porrambo, de quien ya hablamos, y esto de aquí.


Jarry Jarrón ("Deteztive de profesión") nace en la revista quincenal Super Mortadelo, a finales de 1987, y es una parodia de la novela y el cine negro americanos, situada oportunamente en un universo de sabuesos antropomórficos. El héroe, bastante alejado de Humphrey Bogart en aplomo (y estatura), pero con la aparente dureza que proporciona no mostrar casi nunca los ojos, viene en los dos atuendos tradicionales (camiseta imperio o gabardina, sombrero no opcional), fuma, bebe, y empieza todas sus aventuras aburriéndose en su oficina a la espera de que un nuevo caso llame a su puerta.



Casos que suelen incluir matones, femmes fatales y todos los secundarios habituales del género. Lo que se llama una parodia de verdad, vaya. Se suele escribir que Mortadelo y Filemón es una parodia del género de espías, pero a mí, que lo he leído a granel, me parecen ganas de dignificar una premisa que es slapstick puro. Jarry Jarrón es más leal a su género y muestra bastante más respeto/amor por el material original. Sirva de ejemplo una escena con chica.


Este es un tema del que ya he disertado alguna vez y que Jarry Jarrón ejemplifica a la perfección. Piénsenlo: Marco crea para Súper Mortadelo una parodia de un género que su público, probablemente, no ha visto jamás en forma pura. Dicho en plata: los lectores de Jarry Jarrón eran niños que difícilmente habrían tenido la paciencia para ver El halcón maltés, mucho menos leer una novela de Marlowe. Era mi caso. Sin embargo, a mis 7-8 años, yo entendía la clase de héroe que Jarry parodiaba, sin haber visto su material original. Quizá fotos de Bogart; fragmentos; con suerte, Quién engañó a Roger Rabbit (1988). Todo muy disperso, pero capaz de inspirarme ya un imaginario coherente.


Este fenómeno me fascina: que un género se consolide tanto que un niño pueda entender la parodia del mismo antes de ser expuesto al original. Pensad, del mismo modo, en el western. Sea por un corto del Pato Lucas, o por Rango, un niño puede enumerar los clichés de las pelis del oeste mucho antes de desbloquear el nivel de span de atención que requiere ver una peli del oeste. Es más: te convalida esa asignatura pendiente. "¿Te gusta el género noir?" "Sí, me encanta Jarry Jarrón", podría responder un crío que aún no ha visto una sola peli en blanco y negro ni leído un libro fuera de la cole "Barco de vapor". Dice mucho del poder de ese imaginario, pero también del parodista, que conserva lo justo para tener un pie dentro del género y con el otro pie abrirnos la puerta.

Y eso es algo que parte del público parece subestimar. Por ejemplo, leo críticas absurdamente iracundas hacia Stranger Things porque es un pastiche del Spielberg y el King de los 80. En primer lugar, probablemente era la intención; y en segundo, tiene mucho mérito hacer eso. Crear una nueva obra en un género completamente establecido, respetando todas las pautas, no es nada fácil, ni menos meritorio que crear algo nuevo donde se te permite trazar tus propias reglas. La gente elogia a autores que prueban un género y "lo llevan a su terreno". Permitidme que me dé humos, pero como creador, eso es lo fácil. Llevar un género a mi terreno me es prácticamente inevitable; más sacrificado sería que fuera género puro, sin personalización.

Y no importa en absoluto quién o qué fundó el género; no tiene más mérito la primera obra que las últimas. Yo escribo libros sobre casas encantadas; la primera novela de ese género se considera El castillo de Otranto, de Horace Walpole (1764); probadla si queréis; es un tostón infumable. Del mismo modo, dad a leer a un niño de 10 años una novela de Dashiell Hammett: le mataréis. Dadle Jarry Jarrón: le gustará. Supongo.


Mejor no le deis esta página; es
políticamente incorrecta. Pero dadle otra.


En fin. Jarry Jarrón, gracioso. Y bonito. Creo que es una de las series a las que el color mecánico sienta peor; hubiera sido interesante ver si el color manual también habría respetado más la estética noir.  Todas las imágenes de este artículo proceden de su único álbum de la colección Olé, aunque la serie dio para más de uno: calculo que hubo unas 75 entregas (entre los números 15 y 90, más o menos), primero de 6 páginas y luego de 4. Agradezco a quien escaneara el álbum, y añado esta página de mi cole: star guest de Porrambo en el n.º 78, "especial culturismo".


Marco creó también Dr. Frank & Einstein, una serie de científico apasionado y ayudante monstruoso, para la revista Súper Zipi y Zape. Como siempre, me gustaría decir que superó su fase de autor de relleno y hoy es dueño de un emporio editorial en algún país escandinavo, pero no lo sé. Si le conocéis, decidle: 1) que me encanta su dibujo, y 2) que desde hace un par de años soy el feliz padre de un detective privado que fuma, bebe y vive sus aventuras en camiseta imperio y sombrero. Noir, llevado a mi terreno, claro. Y sí, cuando me pregunten diré que es un homenaje a Raymond Chandler, pero para mí Jarry fue el primero.